sábado, 13 de febrero de 2010

La infancia en el Medio Dorado

En la infancia SOMOS y estamos en el mundo de una forma directa y espontánea. Eso no quiere decir que multitud de acontecimientos no nos hagan endurecernos, incluso nos rompan el corazón y nos hagan comenzar a tener recelo de nuestros semejantes. En mi caso, la primera pérdida de inocencia aconteció cuando pocos días después de comenzar las clases de primero de EGB, las cosas que prestaba a algunos compañeros de clase desaparecían de una forma inexplicable, o me contestaban que mis gomas y lápices no les habían sido prestados o que se habían perdido. Aquello me hizo considerar la naturaleza humana de forma más reservada y crítica. De todas maneras y como en la Economía y la contabilidad, la vida también es una cuestión de saldos y en el caso de los niños de nuestras generaciones, el Saldo a favor de la Libertad y del disfrute de momentos de felicidad fuera del tiempo adulto, fue completamente positivo. Eso no quiere decir que no hubiera represión, violencia y amargura en muchas personas e incluso en niños. Pero los recuerdos primordiales y abundantes de muchos de mis amigos, conocidos y míos, son representativos de ese optimismo vital que se respiraba en nuestros barrios periféricos, llenos de pluriempleo y de madres de alta dedicación familiar que cumplían con los cometidos asignados por el régimen político dictatorial-crepuscular.
“Como muestra un botón”, por cierto para todo aquel que no la haya visto, es altamente recomendable la película francesa de la Nouvelle vague: "La guerra de los botones"


Constituye un magnifico reflejo de la vida de la infancia en un entorno rural francés de los años 50, con una descripción magistral de las tribus formadas por niños, sus conflictos, su dura y tierna relación entre ellos y los mayores, además de cantidad de otros fantásticos detalles que nos hacen revivir esos tiempos no tan lejanos de una forma memorable.

Como decía, esta es una muestra de algunos capítulos de un libro que he realizado con una intención muy similar a la del director Yves Robert, pero también con bastantes diferencias, mientras él centra el hilo narrativo en el conflicto cuasibélico entre los niños de dos aldeas francesas, con multitud de matices emocionales y complejas relaciones sociales, yo me he centrado en aquellos momentos que nos trasladaban fuera del espacio y del tiempo adulto, esos momentos para mi constituyen aún hoy en la madurez una estancia en El Medio Dorado, ese lugar donde todo confluye de forma natural y expóntanea, una especie de Wu Wei (“No acción o acción expóntanea”) chino, donde se re-liga con una realidad superior e indefinible, donde no hacen falta las palabras y donde todo acontece en un orden primordial y cósmico.
Amigos, “Como muestra un botón”, espero que estos pequeños botones de nácar irisados por los colores del Arco-iris, constituyan un regalo para vuestra edad adulta, aparentemente ya muy lejana de aquellos brillantes momentos, pero a la vez mucho más cercana a ellos de lo que podemos llegar a imaginar:

Contexto: Barrio del Grao, periférico en la ciudad de Valencia, pegado a la huerta con una lapa y a veces como una sanguijuela. Son los años 60-70. Constante cambio y evolución, allí un niño experimenta la Vida…

1.-Montañas de azufre y escorias o los volcanes.

Se diría que saltábamos entre emanaciones del Etna o del Vesubio, pero en lo que nuestros cuerpos saltaban, correteaban o se impregnaban, era en los residuos industriales ya abandonados hacía algunos años y que L’Horta y el ecosistema del Solar empezaban a capturar en sus entrañas. Esos días eran más deslumbrantes que el propio azufre que se nos pegaba a la piel con la persistencia de miles de minúsculas lapas.
El ritual de esos primeros días de vacaciones no podía acabar de otra manera que con el fuego purificador y nutricio.
En perfectos escuadrones de comandos nos dirigíamos hacia los campos de panochas , con la clara intención de recolectar las más grandes y espectaculares, aunque siempre existía un gran componente de riesgo: El Tío: ese guardián impertérrito y que poseía la virtud divina de la ubicuidad, se presentaba en el momento menos pensado y nos aplicaba correctivos diversos, con sus perros aparentemente asesinos, amenazas de llevarnos a comisarías -incluso podía llegar a hacer un simulacro de preencarcelamiento- además de otras intimidaciones múltiples, como decírselo a nuestros padres, con las espantosas consecuencias que ello producía en nuestras asustadas mentes repletas de adrenalina.

Si lográbamos franquear todos los obstáculos y nuestra caza de la panocha más excelsa llegaba a buen término, nos disponíamos a iniciar el ritual purificador. Clavadas en palos o cañas, se torraban en hogueras de círculos improvisados. La hermandad era todo aquello: héroes del día que habían logrado cazar y recolectar para sobrevivir, en una turbulencia de sensaciones, luces y olores que se agolpaban en nuestros cuerpos de forma natural y salvaje.



2.- El Laberinto o la fábrica del TU-TÚ.

Esa fábrica representaba para nosotros el laberinto y la caverna. Industria abandonada a finales del desarrollismo franquista, había cumplido su cometido de suministro autárquico de detergente valencià a muchos hogares españoles. Se entraba en ella y no se sabía si volverías. Zonas desvencijadas. Siempre escuchabas famosas epopeyas de chavales mayores que habían logrado superar saltos insalvables, ataques inesperados de bandas rivales y la aparición de seres casi irreales, pero que nunca lograban dañar en demasía a nadie. El laberinto del claroscuro de la imaginación.

3.- La Selva o el jardín de Ayora.

Unos de los mejores recuerdos de mi vida es la sensación de paz y de identidad con el universo que tenía, cuando al dormirme en una suave noche de verano, los sonidos diamantinos y estelares de los grillos parecían orquestar una melodía celestial rítmica y eterna. La plaza Organista Cabo hacía de caja de resonancia y todo se unía en ese abrazo sonoro y divino.
Esos grillos vivían en las huertas que rodeaban las Casas para todos aunque muchos de ellos tenía su morada cerca del fantasmal Chalet de Ayora. Según las leyendas contadas por las chicas del colegio, ese palacete fue construido por un noble para su amante en un acto de amor, alrededor hizo plantar el edén, para pasear a la luz de la luna, pero la desgracia se cebó con ellos y su hijo nació muerto, en un acto de catarsis y sublimación, lo introdujeron en el interior de una pequeña cristalera azul que se encuentra sobre la cúpula e inmediatamente por debajo del pararrayos. ¿Era el mito del Frankenstein infantil? Nunca lo sabré, pero toda esa historia llenaba aún más si cabe de misterio e interés el acto de saltar la valla para adentrarse en lo más profundo de los jardines abandonados y selváticos.
Yo tenía vértigo y pocas veces me atreví a dar el salto al interior, aunque sí subí a lo alto del grueso muro de piedra muchas veces y vislumbré historias apasionantes en mi incansable fantasía. Siempre aparecía entre las sombras la figura fantasmal del incansable guarda-tío perseguidor, esta vez con perros sueltos que atacaban sin compasión (sólo existentes en nuestras mentes incandescentes).
Existían unos Ficus gigantes que habían producido multitud de raíces aéreas, que no eran ni más ni menos que lianas selváticas. Los saltos eran de muchos metros y algún atlético chaval había conseguido emular a Tarzán en desplazamientos interlianares. Siempre las manos olían a tabaco por la fricción extenuante con las lianas.
Nosotros nunca dudamos de la existencia de Chita y de un grupo de monos salvajes que se dedicaban a internarse en las espesuras de los árboles. La maraña era tan espesa que a veces las plantas te retenían con la persistencia propia de una madre agraviada.
Los pájaros del Jardín de Ayora eran incontables, infinitud de trinos a partir de la primavera llenaban todos nuestros hogares. A partir de abril o mayo algunos gorriones caían de sus nidos y sus destinos se volvían inciertos. Una familia acogió a uno en su seno y lo criaron con gran cuidado, consiguiendo que llegase a adulto y fuera un miembro más de la familia, este pardal comía en libertad en la mesa de su familia adoptiva, pero lo que más me fascinaba era que vivía en libertad en la Selva del Jardín y acudía a los silbidos de la casa para celebrar banquetes y otros fastos.
Aquella maraña vegetal se introducía en nuestras casas, las copas de los inmensos árboles nos acariciaban con susurros y a lo lejos se escuchaba el lejano y grave silbato de algún barco del puerto de Valencia
La selva o el Jardín de Ayora

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Hola, Pep! ¡Por fin! Te has hecho de esperar, pero seguro que este blog vale mucho la pena. En un momento me he sentido teletransportada a los campos de mi infancia, donde huerta y pueblo se mzclaban y dejaban que los niños jugáramos de verdad. Te espero por esta ventana para aprender y disfrutar.
B7s
Queti

Anónimo dijo...

He intentado dejarte un comentario pero no he podido. vaya, que te decía que ya era hora de que inauguraras este espacio tan interesante. B7s

Pep R dijo...

Muchas gracias Queti, espero que estos textos sirvan precisamente para eso, para "teletransportarnos" a aquellos lugares recónditos e intemporales que nos conectan con el tiempo de la espontáneidad y de la libertad, a fin de que nuestras vidas de adultos se enriquezcan con el aire fresco de nuestra niñez y por supuesto la de nuestros hijos.
Hoy he soñado que volaba, después de muchos años.

Eurotopia dijo...

… y en alguna ocasión la banda del Grao hizo alguna incursión en Ruzafa, donde la banda del Convento (Pinto S. Abril) se disputaba con la banda del Molino Quemado (Los Centelles) en innumerables batallas el mármol de las bancadas del viejo mercado entonces en demolición…

Pep R dijo...

...las bandas de "garrulos" de distintos barrios períféricos y marginales en verdad hacían incursiones al centro y también concertaban peleas entre ellos, primero a manos limpias y luego cargadas de agresividad catalizada por pelis como "Los Warriors...
En el Grao destacaban la de Cross, la de Nazaret, la de la calle de Los hierros y la de Yecla.
Entre esta fauna urbana del desarrollismo tardofranquista, nombres como el de "los ninos" o el loco de Nazaret" sembraban el pánico sólo con su pronunciación.
Todo aquello desaparecíó rodeado del humo y las perlas de la derbis de manillar cacho, Levis strauss y heroina sin mucha adulteración...