domingo, 16 de septiembre de 2012

Un Cuento Siciliano (una metáfora de nuestros días)


Este es un cuento que resume un episodio viajero e imaginario durante este verano en la ciudad de Palermo de la isla de Sicilia, como podéis apreciar puede contituir una metáfora de nuestros días. Espero que os guste:

UN CUENTO SICILIANO

Palermo era como una joya envuelta en basuras y restos de vidas con cemento gris.
Los contenedores de tapas azules rotas y arrancadas vomitaban bolsas de desechos de las que ningún despreocupado paseante parecía hacerse responsable.
Mi paso era calmado y atento a la vez. Siempre había pensado que había que adaptarse al entorno. El calor dominante y el desconocimiento de la ciudad hacían inevitable esta aclimatación a un medio aparentemente degradado y hostil.
Pregunté a un hombre moreno con aspecto híbrido entre italiano y tunecino donde se encontraba “Il duomo”. Éste con gran amabilidad y hospitalidad me dirigió por el entramado de calles destartaladas hacia la plaza de la catedral.
Cuando vi la primera torre me pareció fascinante el contraste, perfecta y equilibrada, de estilo nórdico y dominante sobre los edificios subyugados a sus omnipotentes pies.
                                                 

Llegar a la plaza fue una experiencia completa y extática. Todo el conjunto de la catedral era de una belleza única, armónica y elevada. Lo más sorprendente es que este arte originado por los invasores normandos, se había fusionado con el arte islámico de los anteriores pobladores, armonizando lo racional y el sentimiento. La recta y la curva hermanadas de forma fluida y sutil.
Mientras mis pensamientos y mi mirada se hilvanaban entre las delicadas formas d’Il Duomo, mis pasos me iban llevando al caminar de espaldas al final de la plaza.
El calor era sofocante y el ruido del tráfico ya muy cercano, me hizo girar la cabeza descubriendo una pequeña heladería que anunciaba “cannoli” y
“gelatti”. No pude resistir la tentación de los sentidos provocada por aquellos colores sugerentes que tanto contrastaban con las descarnadas paredes del edificio.
Pedí un “corno” (craso error era cono) de baccio y pistaccio. La dimensión del helado era irreal. Parecía imposible que se pudiese sostener aquella masa bicolor en aquel torreón de barquillo. Ningún arquitecto habría podido equilibrar esos pináculos, esas curvas irregulares y amalgamadas. Sólo el experimentado heladero con su espátula podía haber concentrado de forma maestra toda esa informe masa en torno al centro de gravedad del cono.
El pistacho helado era un sabor magnífico, como un helado de turrón pero más refinado, con aromas más orientales y color de jardín. Los trocitos de pistacho se trituraban deshaciéndose en la boca con una mezcla de sensaciones frías y cálidas a la vez. El Baccio (chocolate con trozos de avellana) era también excelente. Ligeramente amargo y de avellana troceada más fría y crujiente.
Pasear por la calle principal Vittorio Emanuelle me hizo constatar como la belleza podía ser creada y destruida en círculos sin fin. Había edificios no restaurados desde los bombardeos aliados sobre Palermo, en los que se habían instalado comercios y bancos en sus partes bajas, mientras que las primeras o segundas plantas segadas eran espectadores espectrales de la animada vida de la calle.

Cuando llegué a “I Quattro Canti” percibí como los símbolos esenciales perduran en la mente de cualquier cultura. La cuatro estaciones, las cuatro direcciones, los cuatro dioses griegos y romanos, en definitiva los cuatro elementos esenciales estaban plasmados en aquellas cuatro esquinas barrocas ornamentadas con bellas esculturas femeninas.
-La vida y la muerte- pensé y cambié la dirección de mis pasos dirigiéndome a las catacumbas de los capuchinos de Palermo.
Cerca de las catacumbas el calor era persistente, se impregnaba en el cuerpo como una loción. En cuanto traspasé la puerta de entrada una especie de aire acondicionado natural me acarició la cara y los brazos.
-Temperatura de conservación- me dije, mientras comenzaba a penetrar las galerías blancas y grises de cal y polvo que en un instante me iban a impactar en sobremanera.
Lo primero que pude contemplar era una pared repleta de muertos momificados. Sus caras en muchos casos poseían una mueca cómica o patética. Mandíbulas desencajadas, cabezas semidescolgadas y cuerpos sostenidos por alambres y cuerdas que parecían formar parte de los trajes decrépitos del siglo XIX.

El raso y terciopelo para los más pudientes, el lino y cáñamo para los menos afortunados, pero que también habían conseguido adquirir esa tan deseada inmortalidad de pared de cal.
Algunas manos ausentes desvelaban a esas momias repletas de paja como espantapájaros del miedo a lo desconocido y del deseo egipcio y quizás fenicio de sobrevivir a la muerte por medio de la inmortalidad de la carne.
-La resurrección de los muertos- pensé.
2500 años de colonización y haber estado en el Centro del mundo antiguo, el Mare Nostrum, le confería a aquella isla la posibilidad de haber conocido todos los cultos, todos los rituales y mitos. Curiosamente el que había pervivido casi hasta nuestros días, era el de la momificación.
Mientras paseaba por aquellas galerías, sentí una mezcla de compasión y angustia producida por aquellos seres deseosos de inmortalidad, que yacían tumbados o colgados como maniquíes de tiendas del horror, sin poder hablarse entre ellos y con su cuencas vacías mirando a los impasibles vecinos de enfrente.
También la galería de los muertos reproducía los roles de sus vidas anteriores: estaban clasificados por profesiones, por sexos, por edades…El mundo de los muertos no era una excepción y las jerarquías había que mantenerlas para evitar que esos cadáveres pudiesen entrar en la Anarquía o en orgías lujuriosas por las noches cuando acabasen las visitas de los turistas o antiguamente las citas de plañideras, familiares y amigos del reprimido mundo de los vivos.
-La formula secreta de los capuchinos- me decía cuando observé a un monje que parecía el de la momia más antigua de su grupo. Sus secretas técnicas se habían mantenido hasta llegar a conseguir casi lo imposible. La momificación del cadáver de una niña naturalizada de unos dos años en el que se había conseguido llegar al paroxismo realista de la congelación del tiempo, de la niñez interrumpida y mantenida con un brillo cerúleo e irreal.

-Pudieron parar el tiempo en los cadáveres, pero las basuras siguen llenando la ciudad-.
Mare Nostrum, Cosa Nostra. El crimen organizado en connivencia con la política seguía dominando las drogas, la prostitución, los sectores inmobiliarios y el de la concesión de contratos públicos como las basuras
-Prerrogativas como en los tiempos de Don Calongero, el de El Gatopardo-
Ese pensamiento hizo que me recorriera un escalofrío muy fuerte por el espinazo. Era como si una descarga eléctrica descoyuntase mis vértebras e hiciese que mis brazos y piernas traqueteasen con calambres compulsivos.
La cabeza comenzó a darme vueltas, los ojos lloraban y toda la estancia se llenó de un vapor electrificante y denso. El crepitar de los vestidos ajados y mohosos hizo todos los pelos de mi cuerpo se erizasen.
Mis ojos no daban crédito a lo que estaba pasando. Los cadáveres momificados se desentumecían, rompían y cortaban con sus largas uñas las raídas cuerdas y los oxidados alambres que les mantenían posados como cuadros tridimensionales.
Las cuencas de los ojos se les llenaron de un concentrado de ese extraño vaho fluorescente que impregnaba ya todas las galerías. Las tapas de los ataúdes saltaban por los aires y como muñecos con resortes, los cadáveres se incorporaran al suelo bajando de forma endemoniadamente hábil por las la distintas paredes que comenzaban a vaciarse a la carrera.
Yo quedé paralizado y aturdido contemplando aquel siniestro espectáculo. El miedo no me dejaba correr y aquellas aterradoras visiones cada vez se hallaban más próximas a mí.
Pensé en mi muerte inminente. Pero al mismo tiempo me dije- ¿cómo puedo morir a manos de muertos revividos?
Cuando más se acercaban, el olor al polvo y a mojama que despedían las momias me hacía sentir nauseas y ganas de vomitar.
De repente el primer cadáver, el de un hombre alto con traje de terciopelo negro y andares elegantes, me sorteó no sin antes dirigirme una mirada espectral.
Aquella comitiva necrológica salía a una velocidad razonable por aquellos pasadizos, espantando a los despistados turistas que huían entre alaridos salvajes.
Iban pasando frente a mi, cadáveres de todos los tamaños y edades. Sus movimientos cada vez eran menos acartonados y rígidos y comenzaban a alcanzar gestos teñidos de cierta agilidad por momentos.
Una vez el grueso de la comitiva fúnebre hubo pasado frente a mí, me giré y pude ver cientos o miles de momias saliendo a la calle a contraluz en dirección al centro de Palermo de una forma jerárquica, casi marcial.
Seguían direcciones como prefijadas de antemano, yo les seguía sin saber porqué. Iba como arrastrado por esa macabra procesión de momias occidentales que pronto comenzaron a dividirse en distintas filas con destino al centro de la ciudad.
Una fuerza invisible me arrastraba por el pecho detrás de la fila principal. La hora de la siesta hacía que el tráfico fuese muy escaso, Aunque algún inevitable motocarro cargado de fruta variada había topado con la comitiva y había derrapado en un giro de 180 grados huyendo a toda velocidad, tirando casi toda su carga. Desde los balcones algunas mujeres miraban las filas y comentaban entre ellas que se trataría del rodaje de un videoclip.
La facción del hombre vestido de negro se desvió hacia el portal de un palazzo custodiado por sofisticados sistemas de seguridad, varias momias vestidas con tonos neutros comenzaron a forcejear en la puerta consiguiendo arrancarla con gran facilidad, subieron por las escaleras y destrozaron también la puerta de la vivienda principal. El ruido fue ensordecedor.
Desde el interior se escucharon disparos. La escolta del capo di tutti il capi disparaba con fusiles automáticos a la horda invasora. Los disparos no hacían ningún efecto importante en los muertos. A veces saltaba hecho añicos algún trozo de costilla o de hueso. Pero en seguida era regenerado por ese vapor fluorescente que impregnaba los cadáveres.
Una vez fueron reducidos los guardaespaldas, el capo de la mafia local fue inmovilizado y llevado por varios cadáveres. La cara del repeinado y elegante jefe estaba casi más desencajada que la de las momias que lo trasladaban sin dejarle tocar el suelo. Uno de ellos había arrancado una caja fuerte de la pared y la llevaba entre dos de ellos con gran ligereza.
Siguiéndolos me di cuenta de su prefecta organización y la gran rapidez de sus acciones. En escuadrones o filas se dirigían a las distintas instituciones más representativas de la ciudad. Una parte de los políticos de la Asamblea Regional fue llevada a distintas zonas degradas de la ciudad.
Mi mirada no cesaba de sorprenderse con las distintas acciones desarrolladas por los zombies sicilianos. Unos con raídos trajes de arrieros y carreteros llevaban camiones repletos de basura que había sido recogida con gran rapidez por séquitos de muertos multicolores casi tapados por los azules de las bolsas.
Otros estaban fabricando cemento y trasladando ladrillos y piedras desde las afueras de la ciudad al centro y a barrios degradados.
Algunos con trazas de agricultores improvisaban puestos de frutas y verduras recogidas de motocarros volcados o abandonados.
Los carabinieri no tardaron en llegar, pero habían recibido órdenes de no disparar mientras las momias tuvieran como rehenes a personalidades y a “gente importante” y se mantuvieron a una prudente distancia perimetral.
La población poco a poco fue saliendo de sus casas y al amparo de los policías se dieron cuenta de que aquello no era ningún video musical o anuncio extravagante y que aquellas momias tan conocidas por ellos por sus visitas a las catacumbas eran de verdad y estaban transformado la ciudad a una velocidad nunca vista.
Los rostros de los niños tenían los ojos casi fuera de las órbitas y las bocas no se cerraban ni con la presencia de moscas. Los adultos se miraban y se tocaban o pellizcaban para intentar confirmar que aquello que veían no era ninguna alucinación colectiva fruto de la ingestión masiva del cornezuelo en alguna pasta.
Las casas y palazzos semiderruidos desde los bombardeos aliados de la Segunda guerra mundial comenzaban a restaurarse a una velocidad endiablada. Todas las momias realizaban algún tipo de trabajo o coordinación  y gran parte de las personalidades sacadas a la fuerza de sus Instituciones, domicilios o empresas de dudosa legalidad trabajaban con el acompañamiento forzado de muchas de ellas.
La ciudadanía más miserable, tantas veces ninguneada y maltratada por las organizaciones criminales o las Instituciones públicas, se fue acercando poco a poco a las distintas zonas donde se realizaban tareas de restauración de edificios, reparto de comida, asistencia a ancianos, reparto de dinero sacado de cajas fuertes y de bancos.
Una pareja de momias hombre y mujer con porte elegante y gesto seguro, se dirigieron a los cordones policiales y del ejército y comenzaron a lanzar desde sus ojos unos rayos fosforescentes como fuegos de San Telmo y que iban paralizando a las fuerzas de seguridad mientras algunos de ellos caían desvanecidos al suelo.
Con gesto amable invitaron a los ciudadanos a acercarse a ellos. Una atrevida y pequeña niña se aproximó tanto a la momia femenina que le pudo dar la mano. Ésta respondió con una suave caricia en el moreno pelo de la ragazza.
La masa de gente respiró aliviadamente al distinguir las nobles intenciones de sus antepasados y les siguieron como si se tratase de flautistas de Hamelin. Con gestos de los brazos y giros de cabeza iban indicando a los ciudadanos que fueran cogiendo comida, bolsas de dinero y objetos valiosos que estaban expuestas en las tablas y remolques de los numerosos mercados que pueblan la ciudad.
Palermo estaba cambiando a una velocidad impresionante. Todas las calles estaban radiantes. Algunos conocidos políticos corruptos barrían y limpiaban sin descanso. Las fachadas desconchadas estaban siendo restauradas y pintadas. Muchos pisos y casas semiderruidas habían sido reparados por los mismos mafiosos que habían obligado a parte de la población a emigrar a los infames bloques de hormigón que poblaban el extrarradio. Se habían repartido bicicletas a los vecinos y mucha gente había aparcado el coche o la moto y se trasladaba tranquilamente cumpliendo -extrañamente- las normas de tráfico.
En muy pocos días, los distritos se habían organizado y la gente se repartía tareas, colaboraban y discutían las mejoras a realizar de forma colectiva, con el amparo gestual de las momias.
La alerta había llegado al gobierno italiano, pero no podían dar publicidad al extraordinario y paranormal acontecimiento para no producir una alarma social de dimensiones incalculables. Por lo que se dedicaron a dar instrucciones de eliminar cualquier información en cualquier medio de comunicación referente al tema y en enviar a la armada y al ejército a tomar posiciones rodeando la ciudad.
La ciudad tenía comunicación con las áreas rurales y era vigilada muy de cerca por el ejército. El suministro de bienes de consumo se realizaba de forma rápida y eficaz. Los motocarros y bicicleta con remolque distribuían todos los excedentes entre los distintos barrios.
En pocos meses los barrios ya producían comida en huertos y jardines urbanos.
Se intercambiaban todo tipo bienes y servicios, mientras los consejos de cada barrio decidían de forma semanal las necesidades de sus vecinos y las tareas a realizar. Alguna de las momias tenía capacidad telepática y ayudaban a perfilar o a variar algún plan o idea que pudiese presentar problemas en su realización.
En pocas semanas el aspecto de la ciudad había cambiado de forma increíble.
Los colores renovados hacían brillar los edificios rehabilitados, las flores y jardines-huertos rompían el asfalto y cemento de las plazas duras.
La gente estaba alegre y desenfadada, se habían recuperado juegos y tradiciones populares que hacían gozar a niños y adultos.
Todo fluía sin aparente esfuerzo, los criminales y corruptos seguían trabajando de forma continua, a buen ritmo, mientras su exquisitas ropas se iban desgastando y manchando de tierra, pintura o cemento.
Una mañana las momias se reunieron de buena mañana en la piazza d’Il Duomo y calles adyacentes como la de Vittorio Manuele.
En filas ordenadas y paralelas partieron hacia las catacumbas en un desfile multicolor y neutro, aunque brillante por el halo fluorescente que desprendían. Poco a poco se fueron incorporando en sus urnas y ataúdes, desapareciendo el brillo eléctrico que les había acompañado en toda la revolución zombi de Sicilia.
Mi cuerpo sufrió un gran escalofrío al sufrir el abandono protector de esos seres que desde el mundo espiritual se habían encarnado para ayudarnos a vencer a esos poderosos y criminales que detentaban el poder corrompido desde hacía tanto y tanto tiempo.
Pensé en las lapidarias frases del sobrino del Príncipe Salina en El Gatopardo, haciendo alusión a su apoyo a la revolución de los casacas rojas en Sicilia: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie…" y “…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está".




Esta vez no iba a ser así, porque los ciudadanos por fin habían tomado conciencia real de su enajenación, del ninguneo atávico a la que habían sido sometidos. Pero sobre todo habían experimentado como desde el mundo de los no vivos les había llegado un apoyo incondicional e increíble que les permitió hacerse dueños de sus propios destinos, ser conscientes de su propio poder y autogestionar sus vidas y su felicidad.
Los muertos nos habían enseñado una gran lección: la Cosa Nostra era el Bien Común.